Amstetten amaneció ayer en medio de un clima de consternación. En esta localidad austríaca de 23.000 habitantes se descubrió el domingo pasado el caso de incesto y encierro más perverso de la historia de la república alpina. El jefe de la policía del estado federado de Baja Austria, Franz Polzer, confirmó ayer en una conferencia de prensa que el detenido ingeniero jubilado Josef Fritzl, de 73 años, ha roto el silencio al confesarse culpable ante las autoridades.
El hombre reconoció haber encerrado desde 1984 a su hija Elisabeth, hoy de 42 años, en un sótano de la casa familiar. Allí la golpeó y violó innumerables veces. Según la víctima, el padre empezó a abusar de ella a partir de los 11 años de edad, por lo que intentó varias veces huir de la casa familiar. Después de un nuevo intento a los 18 años de edad, el padre la encerró en el calabozo subterráneo, del que la joven no saldría hasta la semana pasada. Como producto de estas relaciones incestuosas nacieron siete hijos. El hombre fue trasladado ayer por la tarde a la Fiscalía de Baja Austria donde quedó a disposición de un juez en lo penal.
Los detalles son estremecedores. La joven tuvo que parir a todos los hijos en ese sótano, sin atención médica alguna. En uno de esos partos dio a luz a mellizos, y uno de los niños murió a los pocos días por la falta de atención médica. El propio acusado se ocupó de quemar el cadáver en la caldera de su casa.
Sorprendente buen estado
De los seis hijos restantes, tres fueron sacados del zulo por Fritzl cuando tenían cerca de un año de edad y criados luego como si fueran sus nietos. Los menores recibieron educación escolar y estaban muy bien integrados en la comunidad, aseguraron ayer las autoridades locales. Los otros tres tuvieron peor suerte y crecieron en el sótano sin tener contacto alguno con el mundo exterior. La policía aseguró que los niños que fueron sacados del sótano se encuentran sorprendentemente en buen estado de salud, a pesar de detectar problemas en la piel y en la visión.
Las autoridades mostraron ayer tres fotos del sótano donde vivían Elisabeth y sus hijos. Una pesada puerta de un metro de alto, asegurada electrónicamente mediante control remoto, era seguida por un pasillo muy estrecho, y tres pequeñas habitaciones de baja altura.
La coartada que había sostenido Fritzl todos estos años para justificar la desaparición de su hija, cuando ella tenía 18 años, era que se había unido a una desconocida secta. Allí habría tenido varios hijos que, por imposibilidad de sostenerlos, los abandonaba delante de la puerta de la casa de sus padres, acompañados por cartas escritas de su puño y letra, que el hombre le obligaba a escribir. Ni la mujer de Fritzl, Rosemarie, ni los otros miembros de la familia jamás sospecharon nada.
Desenlace providencial
Este horrendo caso de incesto se descubrió después de que una de las hijas que vivía en cautiverio debió ser hospitalizada el pasado 19 de abril en estado grave debido a una enfermedad que podría ser congénita. Josef Fritzl aseguró entonces que la joven de 19 años había aparecido tirada delante de la puerta de su casa en estado de inconciencia. Junto a ella había una nueva carta de la madre, por lo que él mismo llamó a la ambulancia. Pero según las autoridades, fue Elisabeth la que había convencido a su padre de sacarla del calabozo para poder atenderla en un hospital. Los médicos desesperados por no saber de qué mal se trataba recurrieron a las autoridades para buscar a la madre, registrada como desaparecida desde 1984.
Según la policía, todo indica que Elisabeth vio en la televisión los llamamientos a que apareciese para poder salvar la vida de su hija. Nuevamente logró convencer a su padre y salió por primera vez en 24 años del calabozo para visitar a su hija en el hospital, donde fue detenida junto a su padre el sábado pasado.
Que alguien lo torture por favor
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