lunes, 30 de marzo de 2009

Persecución policial a un asteroide

Fuente: José Manuel Nieves, en El Blog

Alrededor de la medianoche del 6 de octubre de 2008, un punto blanco cruzó rápidamente la pantalla del ordenador de Richard Kowalski en el observatorio del monte Lemmon, en Arizona. Nada fuera de lo normal para un astrónomo que había pasado los últimos tres años y medio de su vida escaneando imágenes de telescopios en busca de asteroides con trayectorias cercanas a la Tierra.

Como en cientos de otras ocasiones, Kowalski transmitió las coordenadas al Centro de Planetas Menores de Cambridge, en Massachussets, que monitoriza continuamente los movimientos de cientos de asteroides y otros objetos alrededor de nuestro planeta. Y al amanecer, como cada día, se fue a dormir.



Sin embargo, la roca que había descubierto no era como las demás. De hecho, el software que habitualmente traza de forma automática las órbitas de los objetos cuyas coordenadas se introducen en el sistema, no respondió como solía hacerlo en otras ocasiones, y requirió una intervención humana directa. Fue Tim Spahr, el director del Centro de Planetas Menores, quien realizó manualmente los cálculos que el ordenador estaba solicitando. Apenas habían pasado unas horas de su detección y la roca, a la que ya se había asignado el nombre de 2008 TC3, se salía de todas las previsiones. De hecho, según los cálculos de Spahr, parecía dirigirse directamente hacia la Tierra.

Spahr respiró hondo y decidió utilizar el número de teléfono destinado a emergencias. Y llamó directamente al móvil de Lindley Johnson, el jefe del programa NEAR, de la NASA, instituto que se dedica específicamente a la observación y seguimiento de objetos cercanos a nuestro mundo. Bastaron pocas palabras para que Johnson, a su vez, telefoneara a Steve Chesley, astrónomo del Jet Propulsion Laboratory, (también de la NASA), que en ese momento estaba dejando a sus hijos en el colegio.

Certeza del cien por cien

Chelsey voló hasta su despacho, introdujo los datos en un software diseñado específicamente para calcular las órbitas de los asteroides y se quedó pasmado al contemplar, por primera vez en toda su vida, unos resultados que arrojaban un cien por cien de probabilidades de impacto contra la tierra. El asteroide, de unas ochenta toneladas y el tamaño de un automóvil, cruzaría la atmósfera terrestre apenas trece horas más tarde. El impacto se produciría en el norte de Sudán, exactamente a las 5:46 de la mañana siguiente, hora local.

Chelsey envió de inmediato una alerta al cuartel general de la NASA, que puso en circulación un boletín electrónico que reciben por mail cientos de astrónomos en todo el mundo. Varios grupos, desde diversos países, confirmaron los datos y certificaron la inminencia de la colisión.

Muchos pequeños objetos parecidos a 2008 TC3 caen cada año a nuestro planeta, pero ésta era la primera vez que los astrónomos conseguían ver uno justo antes de su llegada. Lo cual proporcionaría una oportunidad única para estudiar, en tiempo real, cómo se comporta un asteroide que se precipita contra la Tierra, cómo se deshace en pedazos a causa de la fricción de la atmósfera y, sobre todo, el paradero de cada uno de esos fragmentos que, en forma de meteoritos, quedan diseminados en una amplia franja de terreno tras caer al suelo.

Todo ello, por supuesto, si los astrónomos eran capaces de movilizar y de coordinar, en las escasas horas que quedaban, los recursos necesarios en zonas muy distantes del planeta. Durante las horas siguientes, un torbellino de llamadas y correos electrónicos recorrió el globo de punta a punta intentando organizar las observaciones.

Se consiguió. Minuto a minuto y durante todo el día, los informes fueron llegando desde 26 observatorios y telescopios repartidos por todo el mundo, incluído el William Herschel, del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) en la isla de La Palma. Se recibieron en total 560 observaciones diferentes.

Sin embargo, cuando sólo faltaba una hora para su entrada en la atmósfera, 2008 TC3 quedó oculto para los astrónomos por culpa de la sombra de nuestro propio planeta. Ya no sería posible observarlo hasta el momento de su llegada ...seguir leyendo

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