Si alguna vez tienen la oportunidad de observar Venus por un telescopio descubrirán que, al igual que la Luna, nuestro querido lucero del alba presenta fases, hecho que fue descubierto por Galileo en 1610. Y si lo observamos con cuidado veremos lo que maravilló a Giovanni Riccioli en 1643: su luz cenicienta.
En algunas ocasiones, la parte oscura de la Luna no está oscura del todo, sino que brilla con una luz gris y tenue: eso es la luz cenicienta. En realidad, es el reflejo de un reflejo. La luz solar reflejada por nuestro planeta llega a la Luna y ésta la devuelve también reflejada.
En raras ocasiones Venus también presenta la luz cenicienta aunque su origen es distinto. Este fenómeno fascinaba al que a mediados del siglo XIX era director del observatorio de Munich, Franz von Paula Gruithuisen. Este astrónomo era un perspicaz observador pero tenía la manía de teñir sus agudas observaciones con unas pinceladas de fantasías románticas.
Así, fue de los primeros en afirmar que los cráteres lunares habían sido ocasionados por colisiones de meteoritos, pero también afirmó haber visto ciudades, carreteras y un templo con forma de estrella en medio de bosques lunares. Sus exuberantes afirmaciones sobre la vida en la Luna las puso por escrito en 1824 al publicar Descubrimiento de muchas diferentes huellas de habitantes lunares, especialmente de uno de sus colosales edificios. Hasta los astrónomos que pensaban que podía haber vida en nuestro satélite se rieron de él.
Con semejante bagaje no es de extrañar que Gruithuisen, después de observar la luz cenicienta de Venus, llegara a la conclusión de que era producida artificialmente por los habitantes del planeta, que él imaginaba como un paraíso verde y, según sus palabras, «incomparablemente más lujurioso que la selva virgen de Brasil». Creía que los venusinos estaban quemando sus junglas con el civilizado propósito de roturar tierras cultivables o para impedir que la emigración de un gran número de personas desencadenara una guerra.
Y aún se le ocurrió otra posibilidad, más peregrina que las anteriores: una exhibición de fogatas con ocasión de una festividad, quizá la coronación de un rey o emperador. Como prueba esgrimió que la luz cenicienta había sido observada en 1759 y luego en 1806. Habían transcurrido 46 años terrestres, que corresponden a 76 venusinos. Y afirmó:
Si hacemos la suposición de que la vida ordinaria de un habitante de Venus puede durar unos 130 años venusinos, lo que supone 80 años terrestres, el reinado del emperador de Venus bien podría ser de 76 años.
¿Podría tratarse de la coronación de algún Alejandro o Napoleón?
Nada más lejos de la verdad. La luz cenicienta de Venus es ocasionada por las mismas cosas que en la Tierra provocan las auroras polares: partículas subatómicas y el campo magnético del planeta. Nada de política.
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