Tapen el cuarto inferior de esta foto. ¿Qué ven? Yo también lo veo: una joven madre duerme junto a su hija. Son negras. Llevan poca ropa y una tela les cubre lo justo. Debe de hacer calor. Parecen tranquilas y sanas. Todos quisiéramos tener un retrato así: plácido, hermoso, rotundo.
Esta foto podría estar en cualquier revista femenina acompañada de su correspondiente pie de foto: Sofía, madre de dos hijos, hace un alto en su atareada jornada y se queda dormida junto a su pequeña Alía. Su marido emigró y ella debe de hacerse cargo del cuidado de los pequeños con la ayuda de su madre.
Levanten la mano. ¿Qué más ven? Yo también lo veo: Donde debía haber unas piernas hay dos prótesis. Esta foto ya no puede estar en cualquier revista porque, si la foto se ha amargado de repente, el pie de foto se ha vuelto intragable: Sofía pisó una mina hace diez años lo que le ha acarreado un largo historial de sufrimientos físicos, angustia vital e incertidumbre sobre sus posibilidades de autonomía económica y de movimiento. Su vida ha sido socavada desde los cimientos por un pequeño artefacto fabricado ¡Ay! en un país que podría ser el nuestro.
Pero esta foto ha tenido una segunda oportunidad de entrar en los medios. Por la puerta de atrás, eso sí, la de los premios. No por la puerta principal de la actualidad. Desde que murió Lady Di, (hace también diez años) las minas ya no son noticia. Ha habido que esperar a que le dieran el Premio Ortega y Gasset a Gervasio Sánchez para ver de vuelta en la portada de un periódico nacional el tema de las malditas minas... leer más
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