Enfrentémonos a los hechos. Hace años (muchos ya), el famoso teólogo suizo Hans Küng escribió esta verdad: “Las religiones nunca han servido para aproximar a los seres humanos los unos a los otros”. Jamás se dijo nada tan verdadero. Aquí no se niega (seria absurdo pensarlo) el derecho que cada uno tiene de adoptar la religión que más le apetezca, desde las más conocidas a las menos frecuentadas, seguir sus preceptos o dogmas (cuando los haya), ni siquiera se cuestiona el recurso a la fe como justificación suprema y, por definición (como demasiado bien sabemos), cerrada al raciocinio más elemental. Es posible que la fe mueva montañas, no hay información de que tal haya sucedido alguna vez, pero eso no prueba nada, dado que Deus nunca ha estado dispuesto a experimentar sus poderes en ese tipo de operación geológica.
Lo que sí sabemos es que las religiones no sólo no aproximan a los seres humanos, sino que viven, las religiones, en estado de permanente enemistad mutua, pese a todas las arengas pseudo ecuménicas que las conveniencias de unos y otros consideren provechosas por ocasionales y pasajeras razones tácticas. Las cosas son así desde que el mundo es mundo y no se ve ningún indicio de que vayan a cambiar. Salvo la obvia idea de que el planeta sería mucho más pacífico si todos fuésemos ateos. Claro que, siendo la naturaleza humana lo que es, no nos faltarían otros motivos para todos los desacuerdos posibles e imaginables, pero nos libertaríamos de esa idea infantil y ridícula de creer que nuestro dios es el mejor de los demás dioses que andan por ahí y de que el paraíso que nos espera es un hotel de cinco estrellas. Es más, creo que reinventaríamos la filosofía.
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