Fuente: lacienciadetuvida Por: masabadell
El oro es uno de esos poquísimos materiales a nuestro alcance que jamás sufre cambios profundos. El oro de la máscara de Tutanjamon seguirá teniendo ese aspecto durante los siglos venideros, y todo gracias a los 18 electrones que el átomo de oro posee en su capa más externa. Gracias a esta configuración electrónica el oxígeno de la atmósfera no consigue reaccionar con él y oxidarlo.
Tan insólita propiedad hace que gran parte del oro que se emplea actualmente provenga de épocas anteriores. Cualquier joya ha sido realizada con un oro que ha sufrido infinidad de peripecias: habrá pasado por numerosas manos y por quién sabe cuántas orejas, dedos o muñecas. Es posible que provenga de las minas de oro romanas que hubo en León o quizá viajó en uno de los galeones españoles que lo trajeron de Sudamérica. Y si nos remontamos más atrás en el tiempo, el oro que extrajimos y seguimos extrayendo de las minas se originó hace unos 10.000 millones de años, cuando una estrella enorme se convirtió en una supernova.
Una supernova anuncia el final de una estrella cuya masa sea varias veces mayor a la de nuestro Sol. Gracias a las reacciones nucleares producidas en su interior, una estrella de este tipo ha ido creando diferentes elementos químicos: oxígeno, nitrógeno, carbono, hierro… El final de su vida se acerca cuando en su interior se ha formado el hierro. Podríamos pensar que la estrella debería usar los núcleos de hierro como combustible nuclear del mismo modo que lo hizo con el oxígeno o el carbono. Pero no es así.
La razón es bien sencilla. Mientras que en las anteriores reacciones nucleares se libera energía, la fusión con átomos de hierro requiere energía, roba energía a al estrella. En esta situación, sin nada que se soporte el peso de la estrella, se desploma. Entonces explota, convirtiéndose en una supernova. La tremenda explosión dura dos segundos y hace que la estrella se haga tan brillante como todas las estrellas de la galaxia juntas. Es impresionante. Una estrella que brilla tanto como mil millones de estrellas.
El material de la estrella es expulsado al frío del espacio donde formará nubes de gas de las que, millones de años después, aparecerán nuevas estrellas. Así es como apareció el Sol y todo el Sistema Solar. El carbono de nuestros cuerpos, el calcio de los huesos o el hierro de la sangre son átomos cocinados en el interior de una estrella gigantesca que murió catastróficamente hace varios miles de millones de años. Es en este único y cataclísmico momento cuando se forma el oro, algo que sucede en nuestra galaxia cada 25 años. Por eso el oro es tan escaso: si juntáramos todo el que hemos ido extrayendo del interior de la Tierra desde el comienzo de los tiempos únicamente llenaríamos un cubo de 15 metros de lado.
Para terminar, permitan una sugerencia. Si algún día regalan alguna joya de oro a su pareja, organicen una cena romántica y a los postres, cuando pongan en sus manos la hermosa joya acompañada de unas pocas palabras de amor, añadan que es posible que ese oro también adornase el cuello de Cleopatra, que se formó durante el final más espectacular que pueda tener una estrella. Un final que marcó el nacimiento de nuestro Sistema Solar y que sin él nosotros jamás hubiéramos existido, que sin él usted nunca hubiera tenido la oportunidad de enamorarse de la persona más maravillosa del universo.
Ya ven. La ciencia también puede utilizarse para expresar sentimientos. Aunque esos sentimientos sean una consecuencia de la bioquímica de nuestro organismo…