Fuente: muyinteresante
En época de Felipe II, la diplomacia no podía distinguirse del espionaje puro y duro. El monarca español gastaba ingentes cantidades de dinero en sus agentes secretos y redes de espionaje. Los embajadores y diplomáticos disponían de permiso para sobornar, matar y conspirar, y se recurría hasta a los bufones para que tendieran su propia red de sistemas de escucha. En los Países Bajos, les costó más de 20 años cobrarse la pieza de Guillermo de Orange, cabecilla de una rebelión asesinado en 1584. El éxito de esta misión le valió a los servicios secretos españoles su fama de temible maquinaria a la que nadie conseguía escapar.
Disponían de una organización muy compleja. En la cúspide figuraba el Espía Mayor, cargo que también se conoció como Superintendente de las Inteligencias Secretas. Por encima en el escalafón se situaban los secretarios de Estado, el más conocido –y siniestro– de los cuales fue Antonio Pérez, responsable en gran medida de la Leyenda Negra. Uno de los sistemas que este personaje utilizó para enriquecerse fue, precisamente, la venta de información confidencial, para lo que contaba con su propia red de espías. Particularmente delicado era el frente mediterráneo: Orán, Argel, Génova, Nápoles, Sicilia, Malta, Venecia…
En ese contexto, el autor del Quijote fue un personaje especialmente apropiado para ejercer de espía. La gran cantidad de lagunas presentes en la biografía de Cervantes se deben, en parte, al azar y al paso del tiempo, pero el propio manco de Lepanto ocultó y silenció partes de su propia historia en unos tiempos en los que las apariencias contaban más que la realidad. Se sabe que cayó en manos de los corsarios berberiscos, que le recluyeron en los Baños de Argel y pidieron rescate por él. Allí pasó 5 años, hasta que por fin se pagaron los 500 ducados requeridos por su libertad.
Pero ya antes de su apresamiento había llevado una vida bastante movida: había estado en Italia, luchó en Lepanto, donde perdió un brazo, visitó Lisboa y fue abastecedor de la Armada Invencible. Un año después de regresar de su cautiverio, Cervantes partió de Cádiz el 23 de mayo de 1581 para dirigirse a Orán, en una misión política y militar relacionada con el espionaje de ciertos movimientos que se estaban produciendo en el Norte de África. Dentro del área mediterránea, el frente turco-berberisco precisaba de un tratamiento muy delicado. De la misión que le tocó desempeñar, se sabe que le reportó unos 110 escudos por un mes de trabajo. De Orán viajó a Mostagamen, donde logró una información muy valiosa que puso a disposición de su rey cuando desembarcó en Cartagena, tras una travesía peligrosa en la que tuvo que sortear numerosos barcos corsarios. Las informaciones obtenidas por él provocaron un efecto considerable, ya que culminaron con la derrota del invencible almirante turco Uluch Alí.
Sin embargo, parece que el Rey perdió el interés por seguir contando con sus servicios como agente secreto en este tipo de misiones, lo que agradecemos todos los amantes de la literatura.