Cada vez que un terrorista suicida se hace volar por los aires en un autobús de Tel Aviv o en un mercado de Jerusalén, los hombres de chaleco amarillo y aspecto de rabinos no tardan en aparecer. Su misión consiste en recoger uno por uno los restos de los fallecidos y entregarlos a los familiares para que puedan darles una sepultura digna de acuerdo con la ley judía.
Atentado tras atentado, los voluntarios de esta organización llamada ZAKA se encuentran con las escenas más dantescas que pueda presenciar un ser humano: piernas, brazos y pedazos de carne que apenas pueden identificar. “Después de un atentado suicida, —explica uno de los voluntarios— los restos humanos se esparcen por las ramas de los árboles, los tejados y los balcones. Nosotros buscamos los pedazos y los reconstruimos como un puzzle”.
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