El espacio es hostil a la vida. No sólo por el efecto extremadamente deshidratante del vacío, sino por el más mortífero de la radiación cósmica y la radiación ultravioleta del Sol. En la década de los 90, y por primera vez en la historia, esporas de Bacillus subtilis se expusieron durante 6 años en la misión LDEF (Long Duration Exposure Facility). Más del 70% sobrevivió, lo que significa que, convenientemente protegidas ―por ejemplo, por las capas exteriores de las rocas en las que se encuentran― la vida puede resistir en el espacio.
Este resultado fue confirmado por una serie de experimentos realizados por el equipo de Gerda Horneck, del Centro Aeroespacial Alemán, en 1994, 1997 y 1999 ―y publicados en diciembre de 2001―, en los que 50 millones de esporas estuvieron en el espacio de 10 a 15 días en distintas condiciones. Claro que estos periodos de tiempo no son nada comparados con los miles de millones de años que requiere, por ejemplo, la transferencia de vida entre Marte y la Tierra, y que sólo puede darse si un trozo es lanzado al espacio por el impacto de un meteorito y acaba cayendo en el planeta vecino, como propuso en Nature H. Melosh en 1988.
¿Pudo llegar la vida del espacio exterior? Salvando la extravagante propuesta del astrofísico Fred Hoyle en la década de los 70 de que quizá algunos virus lleguen a la Tierra cabalgando a lomos de los cometas, algunos científicos defienden que quizá una cantidad importante de los ladrillos básicos de la vida llegaran a bordo de esas bolas de nieve sucia o como viajeros de rocas errantes. Entre las evidencias que apoyan esta idea están, los aminoácidos descubiertos en los meteoritos Murchison y Murray y el descubrimiento de unas diminutas cápsulas moleculares que encierran gases de cuando se formó el Sistema Solar. Al formarse los asteroides y cometas estas cápsulas, construidas con átomos de carbono graciosamente engarzados, quedaron atrapadas en su interior, y así se mantuvieron hasta que, miles de millones de años después, uno cayó sobre nuestro planeta y esparció su contenido.
Milagrosamente, algunas no se rompieron. Este descubrimiento respalda la hipótesis de que los gases que componen la atmósfera de la Tierra vinieron del espacio durante la Era del Bombardeo, hace unos 4.000 millones de años. Entonces nuestro joven e incandescente planeta estuvo sometido a un intenso cañoneo donde los asteroides aportaron gases y los cometas, agua —entre el 30 y el 50% del agua que bebemos proviene de entonces—. Y, según sus defensores, también aportaron los compuestos orgánicos con los que se edificó la vida. ¿No resulta irónico pensar que seamos extranjeros en nuestro propio planeta?
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