Cuando nos dicen que el tamaño del universo visible es de 15.000 millones de años-luz o que nuestra galaxia tiene un diámetro de 100.000 años-luz no solemos ser conscientes de lo que significan esas distancias. Sabemos que es mucho, pero nos revelamos incapaces de estimar cuánto es ese mucho.
Para hacernos una idea, imaginemos que podemos contar en voz alta a una velocidad de cinco números por segundo. Una buena velocidad, sobre todo cuando nos toquen números como 1.234.564. Si no comemos, no dormimos, no vamos al baño…, si sólo nos dedicamos a contar los 365 días del año, las 24 horas del día, los 3.600 segundos de cada hora, tardaríamos en llegar a la cifra un billón… 6.000 años.
O lo que es lo mismo. Si cuando inventamos la escritura hubiéramos empezado a contar en una especie de gigantesca maratón numérica, ahora estaríamos llegando a la cifra un billón. Y la estrella más cercana se encuentra a más de 36 billones de kilómetros.
Para medir distancias tan grandes en astronomía se emplea el año-luz. Un año-luz es la distancia que viaja la luz en un año, que corresponde a casi nueve billones y medio de kilómetros. Eso significa que el tamaño de nuestra galaxia es de más de un trillón de kilómetros.
El mismo vértigo de cifras ocurre si empezamos a hablar de tiempo. Comparado con la duración de una vida humana, la vida de los diferentes objetos celestes es casi eterna. Nuestro universo existe desde hace unos 20.000 millones de años, nuestra galaxia desde hace 8.000 millones y el sistema solar desde hace 6.000. Como en las listas de las mayores fortunas del mundo publicadas por la revista Forbes, en el universo pocas cosas hay que bajen de los mil millones.
Si reflexionamos sólo un poquito nos daremos cuenta, además, de un detalle que difícilmente se nos puede escapar: si las distancias que nos separan de otras estrellas y galaxias son tan enormes y nosotros las vemos gracias a que recibimos su luz, que viaja a una velocidad de 300.000 kilómetros por segundo, eso quiere decir que las estamos viendo no como son ahora, sino como lo eran en un pasado.
Por ejemplo, si una estrella está a ocho años-luz quiere decir que su luz tarda en llegar a nosotros ocho años, luego la estamos viendo tal y como era hace ocho años. De este modo, si nuestro Sol se apagara en este mismo instante, en la Tierra tardaríamos en enterarnos ocho minutos, que es el tiempo que tarda la luz en llegar aquí. O si, como ocurre en algunas galaxias, el centro de nuestra Vía Láctea estallase, tardaríamos 27.000 años en enterarnos. Podríamos vivir tranquilos en nuestra ignorancia del terrible cataclismo que, en cuanto llegase la onda explosiva a la Tierra, barrería la atmósfera de un plumazo.
Pero, claro, también puede ocurrir que el centro de nuestra galaxia haya explotado hace 27.000 años…
No hay comentarios:
Publicar un comentario