Meter una langosta viva en agua hirviendo y cocerla es una vieja práctica culinaria en el mundo occidental. Parece que si la langosta fuera muerta al baño, el sabor final sería diferente, para peor. Hay también quien diga que el rubicundo color rojizo con el que el crustáceo sale de la cazuela se debe justamente a la altísima temperatura del agua. No lo sé, hablo de oídas, soy incapaz de freír convenientemente un huevo.
Un día vi en un documental como alimentan a los pollos, como los matan y destrozan, y poco me faltó para vomitar. Y otro día, que no se me borra de la memoria, leí en una revista un artículo sobre la utilidad de los conejos en las fábricas de cosméticos, y así supe que las pruebas para evitar cualquier posible irritación causada por los ingredientes de los champus se realizan aplicándolos directamente en los ojos a estos animales, según el estilo del nefasto Dr. Muerte, que inyectaba petróleo en el corazón de sus víctimas.
Ahora, una corta noticia aparecida en los periódicos me informa de que, en China, las plumas de aves destinadas al relleno de las almohadas se arrancan así mismo, al vivo, después de limpias, desinfectadas y exportadas para delicia de las sociedades civilizadas que saben lo que es bueno y está de moda. No lo comento, no merece la pena, estas plumas bastan.
La imagen no corresponde al artículo original
No hay comentarios:
Publicar un comentario