En líneas generales se me conoce como pesimista. Pese a lo que alguna vez haya podido parecer, dada la insistencia con que afirmo mi radical escepticismo sobre la posibilidad de alguna mejora efectiva y substancial de la especie en aquello que en tiempos no muy distantes se llamó progreso moral, preferiría ser optimista, aunque fuera sólo para conservar la esperanza de que el sol, porque ha nacido todos los días hasta hoy, nacerá también mañana. Nacerá, pero llegará también el día en que se acabe. El motivo de estas reflexiones de apertura es el mal trato conyugal o extraconyugal, la insana persecución de la mujer por el hombre, sea marido, novio o amante.
La mujer, históricamente sometida al poder masculino, ha sido reducida a algo sin mayor utilidad que la de ser criada del hombre y simple restauradora de su fuerza de trabajo, e, incluso ahora, cuando la vemos por todas partes, liberada de algunas ataduras, ejercer actividades que la vanidad masculina presumía que eran exclusivas del varón, parece que no queremos enterarnos de que la abrumadora mayoría de las mujeres siguen viviendo dentro de un sistema de relaciones poco menos que medievales. Son apaleadas, brutalizadas sexualmente, esclavizadas por tradiciones, costumbres y obligaciones que ellas no eligieron y que siguen manteniéndolas sometidas a la tiranía masculina. Y, cuando llega la hora, las matan.
La escuela finge ignorar esta realidad, lo que no puede sorprendernos si pensamos que la capacidad formativa de la enseñanza se encuentra reducida al cero absoluto. La familia, lugar por excelencia de todas las contradicciones, nido perfecto de egoísmos, empresa en quiebra permanente, está viviendo la más grave crisis de toda su historia. Los Estados parten del exacto principio de que todos tendremos que morir y de que las mujeres no podrían ser excepción. Para algunas imaginaciones delirantes, morir a manos del marido, del novio o del amante, a tiros o a navajazos, tal vez sea la mayor prueba de amor mutuo, él matando, ella muriendo. Para las tinieblas de la mente humana todo es posible.
¿Qué hacer? Otros lo sabrán aunque no lo hayan dicho. Puesto que la delicada sociedad en que vivimos se escandalizaría con medidas de exclusión permanente para los autores de este tipo de crímenes, por lo menos que se agraven hasta el máximo las penas de prisión, excluyendo drásticamente las reducciones de pena por buen comportamiento. Por buen comportamiento, por favor, no me hagan reír.
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