¿Habrá leído el dignísimo fiscal de Badalona Los Miserables de Víctor Hugo, o pertenece a esa parte de la humanidad que cree que la vida se aprende en los códigos? La pregunta obviamente es retórica y, si la hago, es sólo para facilitar la entrada en la materia. Así, el lector ilustrado sabe desde ya que el tal fiscal podría ser, con entera justicia, una de las figuras que Víctor Hugo plantó en su libro, la del acusador público. El protagonista de la historia, Jean Valjean (¿le suena este nombre, señor fiscal?), fue acusado de haber robado (y de hecho había robado) un pan, crimen que le costó casi una vida de reclusión dadas las sucesivas condenas motivadas por las repetidas tentativas de fuga, más logradas unas que otras.
Jean Valjean sufría de una enfermedad que ataca mucho a la población reclusa, el ansia de libertad. El libro es enorme, de esos de los que hoy se dice que le sobran páginas, y seguramente no le interesará al señor fiscal que con probabilidad ya no está en edad de leerlo: Los Miserables es lectura de juventud, después llega el cinismo y son pocos los adultos que tienen paciencia para interesarse por la miseria y por las desventuras de Jean Valjean.
Pese a todo, también puede suceder que yo esté equivocado: tal vez el señor fiscal haya leído Los Miserables… Si es así, permítame una pregunta: ¿como osa (si el verbo le parece demasiado fuerte que use cualquiera de los equivalentes) pedir un año y medio de prisión para el mendigo que en Badalona intentó robar una “baguette”, y digo intentó porque sólo consiguió llevarse la mitad? ¿Cómo lo hace? ¿Será porque, en vez de un cerebro, tiene en su cráneo, como único mobiliario, un código? Acláremelo, por favor, para que comience a preparar mi defensa por si alguna vez me tengo que enfrentar a un ejemplar da su especie.
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