La malaria es una enfermedad endémica entre casi la mitad de la población mundial. Millones de personas mueren cada año porque no reciben la medicación apropiada. Resulta tremendo pensar en la cantidad de dinero que se gasta en investigar nuevos fármacos para tratar enfermedades que afectan a un pequeñísimo porcentaje de la humanidad mientras no se hace prácticamente nada por luchar contra la malaria. ¿Por qué? La malaria no es una enfermedad del primer mundo. Todos somos iguales, pero unos son más iguales que otros.
La malaria no sólo es el ejemplo perfecto de un mundo ruin.
También es la demostración clara del funcionamiento de la selección natural. El microbio plasmodio, origen de la malaria, invade los glóbulos rojos y hace que se adhieran a las paredes de los vasos sanguíneos más pequeños. De este modo no llegan hasta el bazo, el único órgano del cuerpo capaz de matarlo. Pues bien, los pueblos de las zonas de África tropical donde la malaria es endémica poseen una inmunidad natural a esta enfermedad gracias a un defecto genético que modifica la estructura de la hemoglobina: los glóbulos rojos se tornan falciformes, parecidos a croissants. Además, están rodeados de filamentos microscópicos en forma de aguja, como las púas de un puercoespín. Los plasmodios quedan empalados en los glóbulos rojos, que pueden alcanzar perfectamente el bazo y someterse al proceso de desinfección.
El problema grave aparece cuando los genes responsables de esta malformación se heredan, a la vez, del padre y de la madre. Entonces el individuo padece de un tipo de anemia llamada, a la sazón, anemia falciforme 'o drepanocítica' que causa la muerte durante la infancia. Es el pago por sobrevivir a la malaria. Pero lo más interesante es que este defecto genético no se propaga en un entorno sin malaria. En el siglo XVII los traficantes de esclavos holandeses llevaron negros de lo que hoy es Ghana a dos colonias de su país: Curaçao, en el Caribe, y Surinam, en Sudamérica. En Curaçao no hay malaria, pero en Surinam, sí. Trescientos años después, en Curaçao los descendientes de aquellos esclavos no presentan prácticamente esa irregularidad en sus glóbulos rojos, pero en Surinam sigue siendo común.
Si la supervivencia implica sufrir la amenaza de graves formas de anemia para evitar una muerte segura, la elección de la naturaleza es clara. Pero cuando no hay ninguna ventaja en sufrir esa malformación de los glóbulos rojos, los genes responsables no se propagan.
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