Fuente: muyinteresante
El descubrimiento es crítico. Sencillamente, crucial. Hay agua en Marte. Ya no se trata solamente de evidencias geológicas, cañones llenos de estrías, laderas delineadas por capas de sedimentos, lugares donde alguna vez fluyó el agua. Los ojos del orbitador Odyssey lo habían sugerido en 2002 desde una órbita marciana. Pero hemos tenido que esperar a que la Phoenix metiera literalmente el dedo en la llaga para constatar con sello y firma que el agua está allí. Está congelada.
“La encontramos: es la prueba que andábamos buscando”, dice Peter Smith, el ajetreado investigador principal de esta misión.
Esas manchas blancas que se vieron el pasado 15 de junio cuando el brazo excavador del robot Mars Phoenix removió un poco de tierra tenían a los científicos a punto de reventar de la ansiedad. Ahora, la sensación es de euforia. El veredicto: es hielo. Hielo deagua. Los investigadores están seguros porque las manchas blancas comenzaron a derretirse cuatro días después de que las cámaras del Phoenix las sacara a la luz. Finalmente desaparecieron parcialmente de la imagen, algo que no habría sucedido si en lugar de hielo fueran, por ejemplo, sal. Igualmente, tampoco son hielo de dióxido de carbono porque, según los expertos, este gas no habría permanecido estable en estado sólido, ni siquiera durante un día debido a las temperaturas locales de la superficie.
Quienes llevan las riendas del Phoenix soltaron un suspiro de alivio colectivo porque, entre otras cosas, los instrumentos del robot son exactamente los que se necesitan para analizar agua congelada, así como agua recalentada mezclada con tierra. Y ahora el Phoenix sí que se puede entregar en cuerpo y alma a su misión de determinar si el ambiente local justo debajo de la superficie de las altas latitudes de la tundra marciana es o ha sido alguna vez favorable para la vida en miniatura.
El agua, líquida o sólida, por sí sola no avala la existencia pasada o presente de vida microscópica entre los oxidados granos de tierra de ese otro mundo. Pero sí significa su plausibilidad. Factores clave en todo esto son, en primer lugar, determinar si este hielo fluyó alguna vez y, en segundo término, concretar si están presentes los compuestos orgánicos capaces de proveer la energía y los eslabones químicos para fabricar un organismo.
Los expertos están convencidos de que si alguna vez existió vida en Marte, algo de ella podría sobrevivir hoy en día bajo su superficie, concretamente en pequeños paraísos protegidos de la “nociva” radiación. Como muestra de esta posibilidad, sólo hay que mirar las obstinadas bacterias que viven en los Valles Secos de Antártica, en el valle de Chajnantor, en el alto desierto chileno; en charcas hirvientes de agua azufrada, en las chimeneas hidrotermales del lecho marino, en reactores nucleares, y a miles de metros bajo la superficie de la tierra, donde la presión es tan alta que forma diamantes. Hablamos de las bacterias que los biólogos conocen como extremófilas.
La presencia de este hielo también hace más próximo el sueño de muchos: las misiones tripuladas a Marte. No tener que acarrear agua puede resultar la diferencia entre un buen viaje y uno catastrófico.
En la pequeña trinchera contigua a la que contiene el hielo, las cámaras de Phoenix muestran un material de consistencia endurecida, posiblemente más hielo, pero más oscuro. El siguiente trabajo del robot será analizar un poco de tierra que hay en una tercera trinchera, y después estudiar esta nueva sustancia dura.
“Ahora que sabemos a ciencia cierta que estamos sobre una superficie de hielo, es cuando podemos realmente acometer el objetivo científico de nuestra misión”, dice Smith. “¡Seguimos en sintonía!”
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