Hoy se celebra el 60º aniversario del establecimiento de las Fuerzas de Paz de Naciones Unidas y es un buen momento para asegurarnos de que éstas hacen lo suficiente para proteger a las mujeres que se encuentran en zonas de conflictos armados.
La naturaleza de los conflictos está cambiando. Los ejércitos insurgentes y rebeldes tienen cada vez más como objetivo a la sociedad civil e infligen sobre ella atrocidades espantosas, orientadas a dañar las comunidades. Los objetivos de la violencia son civiles y el fin último es lanzar el mensaje de que nadie está seguro. Y en muchos de estos conflictos actuales se señalan como objetivos civiles de categoría especial a las mujeres. Las mujeres y las niñas son objeto de un tipo particular de agresión: la violación.
Ante el creciente número de violaciones y la terrible violencia sexual que sufren las mujeres en Darfur y en la República Democrática del Congo, cabe preguntarse si las instituciones de seguridad, internacionales y regionales, están haciendo lo suficiente para proteger a las mujeres en las situaciones de conflicto y en las fases posteriores. Tanto España como el resto de países que apoyan las instituciones de seguridad con recursos humanos y financieros están planteándose qué puede hacerse ante este tipo de violación de los derechos humanos de las mujeres.
Los datos sobre violencia sexual son estremecedores. En Kivu del Sur, uno de los lugares donde se mantienen los combates del Congo oriental, se han denunciado más de 27.000 violaciones en 2006. Sabemos que la realidad es aún más tremenda porque sólo se conocen los casos más espantosos y porque son pocos los lugares donde las mujeres pueden denunciar de manera segura. Muchas prefieren guardar silencio sobre lo sucedido para evitar la vergüenza y el estigma que cae sobre ellas.
¿Qué se debe hacer para afrontar esta situación? El Congo cuenta con una enorme presencia de fuerzas de mantenimiento de paz y en Darfur se está desplegando actualmente la misión pacificadora más grande del mundo. Pero el problema es que pocas de estas fuerzas saben cómo proteger eficazmente a las mujeres y a las niñas contra la violencia sexual. ¿Por qué?
Existen varias razones, la principal es que la violencia sexual nunca ha sido entendida como método de guerra, ni como un problema de seguridad que requiera una respuesta militar. Por el contrario, tradicionalmente se ha visto como un problema de carácter humanitario, para el que se aplica un tratamiento médico y psicosocial. Esto, con ser importante, es insuficiente porque no pone la atención prioritaria en evitar agresiones y violencia contra las mujeres. Se necesita una respuesta más eficaz por parte de las fuerzas de seguridad.
La respuesta militar a esta sistemática violencia sexual es un desafío a la gestión de los conflictos, porque la violencia sexual como arma de guerra es difícil de detener con métodos convencionales. Las agresiones a las mujeres ocurren fuera de los espacios generalmente patrullados por las fuerzas de paz: hogares, bosques, campos de cosecha y caminos entre las aldeas y pozos de agua. Las víctimas no se atreven muchas veces a denunciar el crimen debido a la vergüenza que sienten y a la falta de confianza ante los mismos agentes de seguridad. La violación de las mujeres es un método de lucha que no se detiene incautando armas.
Otro problema es que cuando las violaciones son resultado de órdenes que animan a los soldados a cometerlas masivamente con el fin de humillar al enemigo y acabar con sus líneas de sangre familiares, las propias poblaciones locales ven en ello una justificación para cometer nuevas atrocidades. En las regiones en las que se han producido violaciones de forma masiva, como es hoy el caso de varias zonas del Este de Congo, o como fue el caso de Liberia hace unos años, donde tres de cada cuatro mujeres fueron violadas, la violación puede convertirse en algo normal dentro de la sociedad y ser aceptado como una desgracia inevitable. No existe respuesta judicial y los perpetradores quedan en completa impunidad... leer artículo completo
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