No hay fenómeno meteorológico que aterre más a los agricultores y propietarios de coches que el granizo, sobre toido si tiene el tamaño de pelotas de pin-pong o incluso de tenis. A veces su forma no es tan común: se ha recogido granizo con forma del planeta saturno, de pirámide, de cubo, como si fueran cristales de cuarzo, con forma de estrella… ¿Y los enormes trozos de hielo que cayeron sobre España durante una semana en enero del año 2000? Se pudieron escuchar las ideas más peregrinas sobre ellos, pero eso no ha impedido que sigan cayendo en las diferentes partes del globo: en marzo de 2009, en la ciudad norteamericana de Lula, un trozo de hielo del tamaño de un balón de baloncesto rompió un tejado de uralita de una tienda de neumáticos. Pero en nada parecido a la mole de 18 kilos que cayó en Soria el 27 de enero de 2002 y que produjo un cráter de casi medio metro de profundidad. O el de 20 kilos de Mejorada del Campo, en 2007.
Desde hielo formado en las alas de los aviones a los restos de la visita al lavabo de los pasajeros, el análisis de estas bombas de hielo por parte del investigador del CSIC Jesús Martínez-Frías descubrió que estaban estratificadas en capas y llenas de burbujas de aire que contenían gases como amonio y partículas de sílice. Para Martínez-Frías y su equipo estos bloques de hielo tuvieron su origen en procesos similares a los de la formación del granizo.
Claro que el trozo soriano se queda en nada si hacemos caso al informe que el médico George Buist remitió a la British Association for the Advancement of Science en 1855: “Una gran masa de hielo cayó cerca de Seringapatam a finales del pasado siglo XVIII; se dice que tenía el tamaño de un elefante y que tardó tres días en fundirse. En 1826 una masa de alrededor una yarda cúbica (0,76 metros cúbicos o 764 kilos) cayó en Khandeish”.
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