Desde antiguo, el ser humano ha sentido un deseo irrefrenable de observar el mundo en el que habita. Gracias a navegantes, guerreros y comerciantes de todas las épocas, las tierras que un día fueron ignotas se han ido descubriendo y, con ellas, la gran variedad de culturas y de fauna que atesora el planeta. Pero no fue hasta tiempos bien cercanos, tanto como los recientes siglos XIX y XX, cuando pudo comenzar a hablarse de expediciones geográficas en su pleno sentido. Hasta entonces, los viajes se realizaban por un motivo puramente comercial. Así sucedió con el primer gran explorador de la Historia, Marco Polo, que en su camino por abrir nuevas rutas comerciales, llegó al interior de China. Y aunque ya antes que él una monja española, Egeria, escribiera en el siglo IV el primer libro de viajes titulado Peregrinación a Tierra Santa, Marco Polo maravilló a toda Europa con las descripciones que de sus recorridos plasmó en diversos manuscritos.
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Historias semejantes se dieron con Lope de Aguirre y su búsqueda de El Dorado, con Hernán Cortés en la conquista de México o con Francisco Pizarro en la de Perú. Sin embargo, deberían pasar 300 años para que una nueva generación de exploradores se abandonara a la aventura por puro placer o para resolver las grandes lagunas geográficas aún existentes. Exploradores que, por sus hazañas altruistas, no fueron tratados como conquistadores, sino como auténticos héroes... leer artículo completo
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