Fuente: muy interesante
La bióloga norteamericana Edith Widder es una de las mayores expertas del mundo en el estudio de los peces y criaturas abisales que emiten luz. La corresponsal de MUY en EE UU ha descendido con ella en su sumergible hasta la zona del océano donde la oscuridad es total.
Descendemos como una gota de agua más, envuel tos en un abrazo azul ma rino. Hora y media después, cuando la gama de grises es vencida por el negro total, el sonar señala la presencia del fondo y nuestra pequeña burbuja de aire –el sumergible Johnson Sea-Link II– se posa como una sonda marciana sobre la planicie. A 848 metros bajo el mar de las Bahamas, la zona más inexplorada del globo se abre silenciosa y oscura. Sobre nuestra cabeza se apilan 82 atmósferas de agua, o dicho de otro modo, 100 kilogramos de líquido aplastan cada centíme tro cuadrado del sumergible, encogiendo la esfera de plexiglás casi hasta rozarnos los hombros.
● Tan negro como el espacio
Ha habido más astronautas caminando sobre la Luna que acuanautas a esta profundidad. Al apagar las luces exteriores del sumergible descubrimos, tal como le sucediera al explo rador submarino William Beebe en su batisfera de hierro en 1934, que aquí, en la zona disfótica del abismo la palabra negro cobra un nuevo significado: sólo el espa cio puede ser tan oscuro como este lugar ominoso. Hasta que de pronto, el vacío se llena de destellos y cientos de minúsculas criaturas brillantes se deslizan frente a la burbuja, con sus cuerpos iluminados por dentro de neones azules y verdes. Algunas se encienden como galaxias, con sus tentáculos luminiscentes ondulando al ritmo de coreografías espectaculares. Otras exhiben órganos de luz que explotan intermitentemente en señales de desafío o códigos secretos de comu nicación, mientras que unas cuantas, entregadas a la batalla, regurgitan llamas líquidas sobre sus oponentes. A veces, las menos afortunadas se estrellan contra el plexiglás y sus cuerpos etéreos se desintegran, arrojando destellos en todas direcciones. “Es el lenguaje de la luz”, dice la doctora Edith Widder, bióloga marina del Instituto Oceanográfico de Harbor Branch, en Florida (EE UU), y una de las más reconocidas expertas del mundo en la bioluminiscencia de las regiones abisales.
Su voz llega alta y clara por los auriculares desde el compartimiento trasero del sumergible. “Todos estos destellos son generados por reacciones químicas producidas en el interior de los animales, que están literalmente gritándose unos a otros”. Widder habla rápida y apasionadamente. Puesto que en medio del mar no hay árboles ni rocas tras las que esconderse, explica, los camuflajes, las transparencias, los trajes de luces, la señalización y los comportamientos estratégi cos obedecen al juego de ocultarse de los rivales, o de dejar ver sólo lo conveniente. Cuanto más eficaz sea la artimaña, más altas las probabilidades de supervivencia de quien la practica. “La bioluminiscencia cumple varios propósitos”, añade la bióloga mientras prepara por control remoto sus cámaras de fotografía y vídeo, colocadas en el exterior del sofisticado sumergible. “Es una táctica de distracción para confundir a un depredador o a una presa. También es una señal para atraer a un compañero con un simple aquí estoy, o para asustar a un enemigo en potencia; una especie de sistema de alarma para decir: ¿no te das cuenta de que soy peligroso?”.
De pronto, una cadena de luces sostenida por tentáculos evanescentes pasa ondulando frente a nosotros. Parece hecha de hilos de cristal, como un etéreo bordado de bolsas transparentes. “Es un sifonóforo”, explica Widder. “Esos cientos de tentáculos a lo largo del cuerpo sondean el agua en busca de alimento. En realidad se trata de una colonia de animales unidos. Todas estas criaturas nos dicen cosas distintas acerca de la vida en la Tierra y nuestro trabajo es entender esos mensajes. De hecho, cada vez que hago una inmersión abisal descubro una nueva especie o un nuevo comportamiento. Pero lo que sucede es que aún no hemos explorado el océano. Mucha gente piensa que Jacques Cousteau exploró el mar. En realidad sólo hemos estudiado un cinco por ciento, y ese cinco por ciento es apenas la piel del océano. De las profundidades marinas, que componen casi las tres cuartas partes del planeta, ni siquiera hemos podido estudiar un uno por ciento”...leer entrevista completa
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